Sunday, 6 January 2013

RED EUCALYPTUS / EUCALIPTUS ROJOS


  SYNOPSIS

 Under the guise of a detective story guests experience a strange meeting unexpected experiences, confined in a tight space-time from which they can not escape. The plot, dotted with mysteries and surprises, maintains interest throughout the development of the plot. The characters in the story, including a quantum physicist, a Jesuit, an anthropologist, a philosophy professor and a journalist, are referred to as laboratory mice and used to analyze in depth psychological behavior. The author takes the story to present a lucid discussion of the intimate nature of reality and understanding of the neurobiological origins of emotions and feelings.

 

   SINOPSIS


Bajo la apariencia de un relato policíaco los invitados a una extraña reunión experimentan vivencias inesperadas, confinados en un espacio-tiempo hermético del que no pueden escapar. El hilo argumental, salpicado de misterios y sorpresas, mantiene el interés lo largo de todo el desarrollo de la trama. Los personajes de la fábula, entre ellos  un físico cuántico, un jesuita, una antropóloga, una profesora de filosofía y una periodista, son contemplados como cobayas de laboratorio y utilizados para analizar en profundidad su comportamiento psicológico. El autor aprovecha la historia  para plantear un lúcido debate acerca de la naturaleza íntima de la realidad y la comprensión de la génesis neurobiológica de las emociones y los sentimientos.
 
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An old clock pointed to the twelve o'clock. Strange impalpable auras and spirits were floating in the atmosphere of the pleasant spring cottage. The Sierra de Prades, located not too far from the old Imperial Tarraco, was an oasis of tranquility. Perhaps that was one reason that led to Adam Golenko booked to choose that special location to celebrate a surprising and disconcerting encounter many diverse characters.
The evening was being generous emotions, as indeed had already sensed the players involved in this unusual meeting. The rules of the game were sacred and had to respect them.
"My God, what has happened to Abigail?" Asked Sofia Mendes, a green-eyed Galician girl.
Abigail Girardo, lying on a couch, was recovering from his unexpected blackout. Seconds before his throat was torn emerged shivering and speechless.
Ruben Salazar, a Colombian who touched the quarantine, approached one of the windows of the living room and inhaled the perfumed air of the night. He observed an exquisite landscape which featured slender eucalyptus. The floor was full of flowers of a fluorescent crimson that exhibited almost supernatural perfection. The room was spacious and decorated with sobriety and elegance of the old Catalan farmhouses. Old farm tools like sickles, wagon wheels, yokes and forks decorated the stone walls of that old room.
Ruben Salazar had a seductive personality. He was an educated man, of athletic bearing, poet and lover of literature. His homosexuality does not involve any type of complex. His eyes betrayed a touch of rebellion and insolence.
Fabian Cortez, a quantum physicist at middle age, sat in an armchair, absorbed in speculations unknown. His features were bent and his eyes were cold as steel. Abigail Girardo was silent, his face the color of the wax, lying on a couch. His eyes seemed lost in a distant and intangible point.
Pedro Ponce, a Jesuit, Ribera Laura, a young journalist, and Matthias Moravia, a Hungarian-born lawyer, stood near Abigail Girardo, the beautiful Mexican girl, waiting for she  to return from who knows what strange madness.
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Un viejo reloj de pared señalaba las doce de la noche.  Extrañas auras y espíritus impalpables flotaban en la atmósfera primaveral de la placentera casa de campo. La sierra de Prades, situada no demasiado lejos de la antigua Imperial Tarraco, era un oasis de tranquilidad. Tal vez ese fuese uno de los motivos que llevaron al reservado Adam Golenko a escoger aquel privilegiado enclave para celebrar un sorprendente y desconcertante encuentro de personajes de muy diversa índole.
La velada estaba siendo generosa en emociones, como por otro lado ya habían intuido los protagonistas que participaban en aquella inusual reunión. Al fin y al cabo ellos habían aceptado complacidos el apetecible cheque del misterioso desconocido. Las normas del juego eran sagradas y había que respetarlas.
“¿Dios mío, qué le ha sucedido a Abigail?”, se preguntaba Sofía Mendes, una muchacha gallega de ojos verdes algo rasgados.
Abigail Girardo, tumbada en un sofá, se recuperaba de su inesperado desvanecimiento. Segundos antes de su garganta había surgido un estremecimiento desgarrado y sin palabras.
Rubén Salazar, un colombiano que rozaba la cuarentena, se acercó a una de las ventanas del la sala de estar y aspiró el aire perfumado de la noche. Observó un exquisito paisaje en el que destacaban unos esbeltos eucaliptus. El suelo estaba repleto de flores encendidas de un carmín fluorescente que exhibían una perfección casi sobrenatural. La sala era espaciosa y estaba decorada con la sobriedad y la elegancia de las antiguas casas pairales catalanas, las masías, como se las conoce popularmente. Antiguos utensilios agrícolas como hoces, ruedas de carro, yugos y horcas decoraban las paredes de piedra de aquella vieja estancia.
Rubén Salazar poseía una personalidad seductora. Era un hombre culto, de porte atlético, poeta y amante de la literatura. Su homosexualidad no le suponía  ningún tipo de complejo. Su mirada denotaba rebeldía  y un toque de insolencia.
Fabián Cortés, un físico cuántico de mediana edad, permanecía sentado en un sillón, absorto en ignotas elucubraciones. Sus facciones eran anguladas y su mirada era fría como el acero. Abigail Girardo estaba callada, con el rostro del color de la cera, tumbada en un sofá. Su mirada parecía perderse en un punto lejano e intangible.
Pedro Ponce, un jesuita, Laura Ribera, una joven periodista, y Matías Moravia, un abogado de origen húngaro, permanecían junto a Abigail Girardo, la bella mexicana, esperando a que ésta regresase de quién sabe qué extraño desvarío.