SYNOPSIS
SINOPSIS
Bajo la apariencia de un relato
policíaco los invitados a una extraña reunión experimentan vivencias inesperadas,
confinados en un espacio-tiempo hermético
del que no pueden escapar. El hilo argumental, salpicado de misterios y sorpresas,
mantiene el interés lo largo de todo el desarrollo de la trama. Los personajes
de la fábula, entre ellos un físico
cuántico, un jesuita, una antropóloga, una profesora de filosofía y una
periodista, son contemplados como cobayas
de laboratorio y utilizados para analizar en profundidad su comportamiento
psicológico. El autor aprovecha la historia para plantear un lúcido debate acerca de la naturaleza íntima de la realidad y la
comprensión de la génesis neurobiológica de
las emociones y los sentimientos.
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An old clock pointed to
the twelve o'clock. Strange impalpable auras and spirits were floating in the
atmosphere of the pleasant spring cottage. The Sierra de Prades, located not too far from the old Imperial Tarraco, was an oasis of
tranquility. Perhaps that was one reason that led to Adam Golenko booked to
choose that special location to celebrate a surprising and disconcerting
encounter many diverse characters.
The evening was being
generous emotions, as indeed had already sensed the players involved in this
unusual meeting. The rules of the game were sacred and had to respect them.
"My God, what has
happened to Abigail?" Asked Sofia Mendes, a green-eyed Galician girl.
Abigail Girardo, lying
on a couch, was recovering from his unexpected blackout. Seconds before his
throat was torn emerged shivering and speechless.
Ruben Salazar, a
Colombian who touched the quarantine, approached one of the windows of the
living room and inhaled the perfumed air of the night. He observed an exquisite
landscape which featured slender eucalyptus. The floor was full of flowers of a
fluorescent crimson that exhibited almost supernatural perfection. The room was
spacious and decorated with sobriety and elegance of the old Catalan farmhouses.
Old farm tools like sickles, wagon wheels, yokes and forks decorated the stone
walls of that old room.
Ruben Salazar had a
seductive personality. He was an educated man, of athletic bearing, poet and
lover of literature. His homosexuality does not involve any type of complex.
His eyes betrayed a touch of rebellion and insolence.
Fabian Cortez, a quantum
physicist at middle age, sat in an armchair, absorbed in speculations unknown.
His features were bent and his eyes were cold as steel. Abigail Girardo was
silent, his face the color of the wax, lying on a couch. His eyes seemed lost
in a distant and intangible point.
Pedro Ponce, a Jesuit,
Ribera Laura, a young journalist, and Matthias Moravia, a Hungarian-born
lawyer, stood near Abigail Girardo, the beautiful Mexican girl, waiting for she
to return from who knows what strange
madness.
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Un viejo reloj de pared
señalaba las doce de la noche. Extrañas
auras y espíritus impalpables flotaban en la atmósfera primaveral de la
placentera casa de campo. La sierra de Prades, situada no demasiado lejos de la
antigua Imperial Tarraco, era un oasis de tranquilidad. Tal vez ese fuese uno
de los motivos que llevaron al reservado Adam
Golenko a escoger aquel privilegiado enclave para celebrar un sorprendente
y desconcertante encuentro de personajes de muy diversa índole.
La velada estaba siendo
generosa en emociones, como por otro lado ya habían intuido los protagonistas
que participaban en aquella inusual reunión. Al fin y al cabo ellos habían
aceptado complacidos el apetecible cheque del misterioso desconocido. Las
normas del juego eran sagradas y había que respetarlas.
“¿Dios mío, qué le ha sucedido a Abigail?”, se preguntaba Sofía Mendes, una muchacha gallega de
ojos verdes algo rasgados.
Abigail Girardo,
tumbada en un sofá, se recuperaba de su inesperado desvanecimiento. Segundos antes
de su garganta había surgido un estremecimiento desgarrado y sin palabras.
Rubén
Salazar, un colombiano que rozaba la cuarentena, se acercó
a una de las ventanas del la sala de estar y aspiró el aire perfumado de la
noche. Observó un exquisito paisaje en el que destacaban unos esbeltos
eucaliptus. El suelo estaba repleto de flores encendidas de un carmín
fluorescente que exhibían una perfección casi sobrenatural. La sala era
espaciosa y estaba decorada con la sobriedad y la elegancia de las antiguas casas
pairales catalanas, las masías, como se las conoce popularmente. Antiguos
utensilios agrícolas como hoces, ruedas de carro, yugos y horcas decoraban las
paredes de piedra de aquella vieja estancia.
Rubén Salazar poseía
una personalidad seductora. Era un hombre culto, de porte atlético, poeta y
amante de la literatura. Su homosexualidad no le suponía ningún tipo de complejo. Su mirada denotaba
rebeldía y un toque de insolencia.
Fabián
Cortés, un físico cuántico de mediana edad, permanecía
sentado en un sillón, absorto en ignotas elucubraciones. Sus facciones eran
anguladas y su mirada era fría como el acero. Abigail Girardo estaba callada,
con el rostro del color de la cera, tumbada en un sofá. Su mirada parecía
perderse en un punto lejano e intangible.
Pedro
Ponce, un jesuita, Laura
Ribera, una joven periodista, y Matías
Moravia, un abogado de origen húngaro, permanecían junto a Abigail Girardo,
la bella mexicana, esperando a que ésta regresase de quién sabe qué extraño
desvarío.