Thursday, 19 November 2009

The secret manuscrip of Borges / El manuscrito secreto de Borges (I)



O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a king of infinite space.




Hamlet, II, 2



Suddenly, Borges moved a little closer, as if making a confession and whispered: "There is a city that holds a secret that I never shared with anyone." "Really?" I said with a tone of surprise. Borges nodded solemnly. "What city is it?" I could hardly articulate. Borges pondered a moment and finally said, "I count on the condition that my testimony is revealed only after my death. Would like to establish a historical distance with what I say. "

Possibly this story is only a subtle play of metaphors that make up a virtual mirror maze. Or maybe it's a chess game between reality and fiction. In any case, it is appropriate to begin this story at the beginning.

It was a peaceful afternoon of April 1980. Jorge Luis Borges had given a lecture at the University of Barcelona. I went with my wife at the Hotel Princesa Sofia, where the writer was staying, with the intention of see him. We found it by chance in the lobby. Borges was wearing a stylish gray pinstripe suit and leaning on a cane with a carved ivory handle. Seeing him I had the strange sensation of living a magical moment. Borges was accompanied by his trusty secretary Maria Kodama. The girl, baby-faced, exhibited medium hair brown and wore a cream gown and a blue cardigan.

We introduced ourselves and with restrained emotion words of praise dedicated to the literary work of Borges. The writer looked at us without seeing us, but I guessed that perfectly captures everything that went on around him. He invited us to sit at a table in the corner of the hotel bar, while Maria Kodama lent itself to meet a girl with blonde hair that required his presence.

Borges began talking about his previous visits to Barcelona. Then I asked about his old experiences at Hotel Delicias of Adrogué. He told us he kept pretty pictures of this place so welcoming of their homeland. He recalled with pleasure his endless sunsets. I noticed that his eyes grew moist with memories. Later we spoke with passion of one of his favorite authors: Coleridge, Schopenhauer, Stevenson, Keats, Whitman, Kafka and De Quincey, among others. Through large windows we watched as the afternoon waned. A waiter served us sweet tea and some cakes of varying flavors. Borges then talked of his childhood and his father's library in district of Old Palermo of Buenos Aires . Borges had that sixth sense which characterized him. His work was indeed visionary. Does not the huge global internet web does not symbolize the legendary Borges´library?

I've always been fascinated by the story of Pierre Menard. This character was suggested the daunting task of rewriting Cervantes's Don Quijote. Menard did not want to copy the original. Menard just wanted to be Cervantes in the sixteenth century and begin the arduous task of re-creating the legendary book. That evening I had the amazing opportunity to ask the author how he got the plot. Borges politely excused himself, saying he remembered how he first got the idea. But something seemed to be puzzled by my question. I thought that possibly memory failed him. I did not give importance to the incident and continued talking quietly.

Borges also spoke the language. He considered duplicate real-world sound. He said: "It is an artifact of such incredible possibilities that are apt to judge that are endless." We talked also about some of his favorite cities: Buenos Aires and Geneva, where he met French, expressionism and the doctrine of Buddha. Borges was when he spoke of his secret. According to his wishes promised him do his will with respect to the disclosure of which would tell us. Borges seemed relieved and breathed deeply. Honeyed voice said: "The city to which I referred is Barcelona." There was a heavy silence. "Barcelona?" I repeated, not giving credit to his words.








O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a King of infinite space.
                                                                                    Hamlet, II, 2

De pronto, Borges se acercó un poco más, como queriendo realizar una confesión y susurró: “Existe una ciudad que guarda un secreto que no he compartido nunca con nadie”. “¿De veras?”, dije con cierto tono de sorpresa. Borges asintió solemnemente. “¿De qué ciudad se trata?”, apenas pude articular. Borges se quedo pensativo unos instantes y finalmente dijo: “Lo contaré con la condición de que mi testimonio sea revelado únicamente después de mi muerte. Desearía establecer una distancia histórica con lo que voy a manifestar.”

Posiblemente esta narración sea solamente un sutil juego de metáforas que conforman un laberinto de espejos virtuales. O quizás sea una partida de ajedrez entre la realidad y la ficción. En cualquier caso, será conveniente comenzar esta historia por el principio.

Era una apacible tarde de Abril de 1980. Jorge Luis Borges había pronunciado una conferencia en la Universidad de Barcelona. Fui con mi esposa al Hotel Princesa Sofía, donde el escritor se hospedaba, con la intención de poderle saludar. Lo encontramos casualmente en el vestíbulo. Borges vestía un elegante traje gris a rayas y se apoyaba en un bastón con una empuñadura tallada de marfil. Al verlo tuve la extraña sensación de vivir un momento mágico. Borges estaba acompañado de su inseparable secretaria María Kodama. La joven, de cara aniñada, exhibía media melena de color castaño y llevaba un vestido largo de color crema y una rebeca azul celeste. Nos presentamos y con emoción contenida dediqué unas palabras de elogio a la obra literaria de Borges. El escritor nos miraba sin vernos, pero adiviné que captaba perfectamente todo lo que acontecía a su alrededor. Nos invitó a sentarnos en una mesa situada en un rincón del bar del hotel, mientras María Kodama se prestaba a atender a una joven de cabellos rubios que requería su presencia.

Borges empezó hablando de sus anteriores visitas a Barcelona. Luego, le pregunté por sus antiguas vivencias en el Hotel Delicias de Adrogué. Nos refirió que guardaba lindas imágenes de ese lugar tan acogedor de su tierra natal. Recordaba con agrado sus interminables puestas de sol. Noté que sus ojos se humedecían con las remembranzas. Más tarde nos habló con pasión de alguno de sus autores preferidos: Coleridge, Schopenhauer, Stevenson, Keats, Whitman, Kafka y De Quincey, entre otros. A través de unos grandes ventanales veíamos como la tarde languidecía. Un camarero nos sirvió té y unas pastas dulces de sabores variados.

Borges nos habló a continuación de su infancia y de su biblioteca paterna en el barrio bonaerense de Palermo Antiguo. Borges poseía ese sexto sentido que le caracterizaba. Su obra era ciertamente visionaria. ¿Acaso la enorme telaraña global de internet no simboliza la legendaria biblioteca borgeana?

Siempre me ha fascinado la historia de Pierre Menard. Este personaje se propuso la ingente tarea de reescribir el Quijote de Cervantes. Menard no deseaba copiar el original. Menard sólo deseaba ser Cervantes en el siglo XVI y emprender la ardua tarea de crear de nuevo el legendario libro. Aquella asombrosa tarde tuve la ocasión de preguntarle a su autor cómo se le ocurrió la trama argumental. Borges se excusó con amabilidad, indicando que no recordaba cómo le vino la idea. Sin embargo pareció quedar algo desconcertado por mi pregunta. Pensé que posiblemente le fallaba la memoria. No di importancia al incidente y seguimos charlando tranquilamente.

Borges nos habló también del lenguaje. Lo consideraba una duplicación sonora del mundo real. Dijo: “Es un artificio de posibilidades tan increíbles que propendemos a juzgar que son infinitas.”

Conversamos asimismo acerca de algunas de sus ciudades preferidas: De Buenos Aires y también de Ginebra, dónde conoció el francés, el expresionismo y la doctrina de Buddha. Fue entonces cuando Borges nos habló de su secreto. De acuerdo con sus deseos le prometimos cumplir su voluntad con respecto a la divulgación de lo que nos iba a contar. Borges pareció tranquilizarse y respiró profundamente. Dijo con voz melosa: “La ciudad a la que me refería es Barcelona.” Se produjo un denso silencio. “¿Barcelona?” repetí, no dando crédito a sus palabras.

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