It all started when in 1994 the American journal Statistical Science published an article written by three Israeli mathematicians (Equidistant Letter Sequences in the Book of Genesis) that claimed to have discovered a subtext in the Hebrew version of Genesis formed by equidistant letter sequences each other. According to the authors cited this prophetic phrases enclosed subtext. The work of three mathematicians (Doron Witztum, Eliyahu Rips and Yoav Rosenberg) sought to demonstrate, using a complex statistical technique,that the origin of these messages was not coincidental; argued that the messages were divine origin.
Genesis is one of the five books which form the first part of the Bible, the Torah, given to the Prophet Moses by God, according to the Judeo-Christian tradition. In other words, those authors argued that the Bible contained a secret code, and that they had found the decoding tool. As you might guess, this assertion, made from a scientific platform of the first magnitude, had led to an unprecedented global turmoil.
In 1997, Richard Drosnin, a prominent independent journalist, who had previously worked in the Washington Post and the Wall Street Journal, published the book The Bible Code, which was reproduced in an appendix to the work of the three Israeli mathematicians. The book describes examples of encrypted messages, most prophetic character, relating to key facts in the history of mankind: the Jewish Holocaust, the launch of the atomic bomb on Hiroshima, the Kennedy assassination, the arrival of man on the moon etc.
At the time, was unable to judge the veracity of the claims made by Drosnisn. The subject was too complex to be analyzed in a cursory fashion. However, several things were clear: should deepen the work of the three Israeli mathematicians to get to the merits, should also soak in biblical themes, and probably in the Hebrew language related topics. I had not the slightest doubt that in any case the issue was really exciting. A sixth sense warned me that it would not be easy to find the keys to the puzzle.
Then I remembered some wise thoughts I had read somewhere: "There are things like the wind but there certainly are not, but one night not far feel a puff of cherry flavor impregnated and learn that time and forgetfulness are the only things that have no end. "During the following weeks I was polishing some of the work concerning the disappeared of Hilari Roura and I neglected biblical crossword puzzles. However, my subconscious warned me not to totally abandon the subject of the Bible code. I reread the text again Drosnin, this time more carefully, trying to study carefully every sentence, every word, and every punctuation mark. I had endless questions. The first reading, I made almost diagonal, wrapped me in a halo of mystery that I blocked the ability to think. Now, more calmly, he began to sense certain elements that called into question the goodness of the text.
I noticed a vague impression that I was in a field of quicksand. As had once heard in the presentation retrospective of the artist Jordi Mercader at the Museum of Valls, the language of art is more than pure creation, the art is a primary form of communication, a language become a mechanism of thought and making vital decisions. In this way art becomes a personal justification and on an assumption of existence. This way of thinking is what defines my mood and without intending to take me to a path of no return. The elucidation of the truths of the Bible code was at first a curiosity which later became a deep obsession.
Todo comenzó cuando el año 1994 la revista americana Statistical Science publicó un artículo escrito por tres matemáticos israelitas (Equidistant Letter sequences in the Book of Genesis) en el que aseguraban haber descubierto un subtexto en la versión hebrea del libro del Génesis formado por secuencias de letras equidistantes entre sí. Según los citados autores este subtexto encerraba frases proféticas.
El trabajo de los tres matemáticos (Doron Witztum, Eliyahu Rips y Yoav Rosenberg) pretendía demostrar, aplicando una compleja técnica estadística, que el origen de estos mensajes no era fruto de la casualidad; sostenían que los mensajes tenían origen divino. El Génesis es uno de los cinco libros que forman la primera parte de la Biblia, la Torá, dictada al profeta Moisés por el mismo Dios, según la tradición judeocristiana. En otras palabras, los citados autores argumentaban que la Biblia contenía un código secreto, y que ellos habían dado con la herramienta decodificadora. Como es fácil suponer, esta afirmación, hecha desde una tribuna científica de primera magnitud, había originado un revuelo mundial sin precedentes.
En 1997, Richard Drosnin, un conocido periodista independiente, que había trabajado con anterioridad en el Washington Post y en el Wall Street Journal, publicó el libro The Bible Code, en el que se reproducía en un apéndice el trabajo de los tres matemáticos israelitas. El libro describía ejemplos de mensajes encriptados, la mayoría de carácter profético, relativos a hechos claves en la historia de la humanidad: el Holocausto judío, el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, el asesinato de Kennedy, la llegada del hombre a la luna, etc.
En aquellos momentos no estaba en condiciones de juzgar la veracidad de las afirmaciones hechas por Drosnisn. La temática era demasiado compleja para ser analizada de manera superficial. No obstante, varias cosas tenía claras: debería profundizar en el trabajo de los tres matemáticos israelitas para conseguir llegar al fondo de la cuestión; debería también empaparme en temas bíblicos, y probablemente en temas afines al lenguaje hebreo. No me quedaba la más mínima duda que en cualquier caso el tema era realmente apasionante. Un sexto sentido me advertía que no sería nada fácil dar con las claves del enigma.
Recordé entonces unos pensamientos sabios que había leído en algún lugar: “Hay cosas como el viento que existen ciertamente pero no se ven, pero una noche no muy lejana sentirás un soplo impregnado de aroma de cereza y aprenderás que el tiempo y el olvido son las únicas cosas que no tienen fin”.
Durante las semanas siguientes estuve puliendo algunos aspectos del trabajo concerniente a la desaparición de Hilari Roura y me despreocupé de los crucigramas bíblicos. Sin embargo, mi subconsciente me alertaba a no dejar totalmente de lado el asunto del código de la Biblia. Releí de nuevo el texto de Drosnin; en esta ocasión con más detenimiento, intentando estudiar concienzudamente cada frase, cada palabra, cada signo de puntuación. Tuve un sinfín dudas.
La primera lectura, la que hice casi en diagonal, me envolvió con un halo de misterio que me bloqueó la capacidad de pensar. Ahora, con más tranquilidad, empezaba a intuir ciertos elementos que ponían en tela de juicio la bondad del texto. Una impresión vaga me advertía que me encontraba en un terreno de arenas movedizas. Como en cierta ocasión había escuchado en la presentación retrospectiva de la obra del artista Jordi Mercadé en el Museo de Valls, el lenguaje artístico es algo más que creación pura; el arte es una forma primordial de comunicación, un lenguaje transformado en una mecanismo de pensamiento y de elaboración de decisiones vitales. De esta manera el arte se convierte en una justificación personal y en una hipótesis de existencia. Esta forma de pensamiento es la que definía mi estado de ánimo y sin proponérmelo me llevaba a un sendero sin retorno. La elucidación de las verdades del código de la Biblia fue al principio en una simple curiosidad que después se transformó una profunda obsesión.
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