The next morning I called excitedly to Ambrose. I explained in one breath the findings. "We were right. The code is a hoax. "Ambrose was amazed at the results. It was very curious the different behavior between the English and Hebrew. I explained that the key was the Hebrew language vowels that were versatile, depending on the environment could adopt one or other meaning.
In this respect other languages like English, Spanish or French were more rigid and could generate less likely. The scrambling factor also had an explanation: to move some of matrices forming the original words of the text could be found directly from the parent, it was like a game of magic, but real. This gave more chances to texts ordered.
There was no doubt: any book with the same characteristics as the Bible, ie the same number of words written in Hebrew and provide the same information as the holy book. Ambròs warmly congratulated me and wished me luck with a view to the disclosure of my discovery.
Then I sat on the old couch while I was sipping tea with mint and ephemeral success of satisfaction at the achievement. The November 1998 article in English sent to the editor of the journal Science Stadistical, Leon Gleser with the hope that it was published.
I accompanied the article with a letter explaining my fascination with the subject and as it came to drafting the manuscript. He ended the letter stating that although the article apparently Witzum et al was correct from a mathematical standpoint, however contain some traps. This meant that some vital concepts had been deliberately hidden.
I concluded that it was famous as a logical proof which shows, using the dangerous concept of infinity, never the Achilles athlete can catch the tortoise. However, Lewis Carol wrote a delightful dialogue between the tortoise and Achilles where the athlete seated on the carapace of sea turtles, seconds after reaching the friendly competitor. He concluded the letter expressing the nonsense involving the assertion logic discussed. A few days later I received confirmation of receipt and informing me that soon I would say its decision on the issue.
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A la mañana siguiente llamé entusiasmada a Ambròs. Le expliqué de un tirón las conclusiones obtenidas. “Teníamos razón. El código es una patraña.” Ambrós estaba asombrado de los resultados obtenidos. Era muy curioso el distinto comportamiento entre los idiomas inglés y hebreo. Le explique que la clave eran las vocales del idioma hebreo que eran polivalentes, según el entorno podían adoptar uno u otro significado.
En este sentido otros idiomas como el inglés, el castellano o el francés eran más rígidos y podían generar menos posibilidades. El factor del desordenamiento también tenía una explicación: al irse formando matrices algunas de las palabras originarias del texto se podían encontrar directamente en las matrices, era como un juego de magia, pero real. Esto daba más posibilidades a los textos ordenados.
No había lugar a dudas: cualquier libro con las mismas características que la Biblia, es decir con el mismo número de palabras y escrito en hebreo proporcionaría la misma información que el libro sagrado. Ambròs me felicitó efusivamente y me deseó suerte con vistas a la divulgación de mi hallazgo.
A continuación me senté en el viejo sofá y estuve saboreando al mismo tiempo un té con menta y el éxito efímero de la satisfacción por el logro alcanzado. 6
El mes de noviembre de 1998 envíe el artículo en inglés al editor de la revista Stadistical Science, Leon Gleser con la esperanza de que fuese publicada.
Acompañé el artículo con una carta en la que explicaba mi fascinación por el tema y como había llegado a la redacción del manuscrito. Terminaba la carta indicando que aunque el artículo de Witzum et al era aparentemente correcto desde un punto de vista matemático, sin embargo contenía algunas trampas. Esto quería decir que algunos conceptos vitales habían sido ocultados deliberadamente.
Concluía que era como una famosa demostración lógica que muestra, utilizando el peligroso concepto de infinito, que jamás el atleta Aquiles podrá alcanzar a la tortuga. No obstante, Lewis Carol escribió un delicioso diálogo entre la tortuga y Aquiles donde el atleta, sentado sobre el caparazón del quelonio, segundos después de alcanzar al simpático competidor. Concluía la carta expresando el sin sentido que suponía la afirmación lógica comentada.
Al cabo de unos días recibí acuse de recibo y me comunicaba que en breve me dirían su decisión sobre el tema.
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