This story is dedicated to the memory of all victims of 11de September 2001 in New York City.
My hours were shelling minutes lost, with burning of the skin, trying to unravel the puzzle of my life lost longings that lifted my spirit to levels of pure sensuality, which is lost in the bowels of our locations, which is steeped in mysticism infamous, which belongs to the absolute purity.
Sitting on a comfortable sofa, just behind the curtains that let in the soft light of an autumn evening was going and that allowed the luxury of time beyond the limits of any potion imagined, of any prohibited chimera, I fell into a deep reverie.
A day of sad remembrance noticed that the resolution of a mathematical puzzle (the veracity of some equations) was irrelevant against a devastating and overwhelming reality: the actual fall and turn a huge metaphorical twin towers, destroyed by the misunderstanding of some men, greed or intolerance of fools in the name of Islam is daring to invoke the same spirit of God, of all conceivable gods, gods dead, the unborn gods, gods that almost imperceptible encourage thousands of people to his barren desert crossing.
Searching for absolute truth I had come across a more complex truth. Beyond mathematical algorithms, the truth of immaculate purity revealed to me that a closed system of finite elements, like alphabetic signs from the Bible or the hieroglyphics of ancient Egypt, was able to generate infinite imaginary scenarios. And then I wondered: Does the fall of the Twin Towers was also codified in the Bible? I figured the answer was preposterous, because in itself solve anything.
The key was to take the trail that leads to the mythical city of Heliocristal, where sleeps the life force out of nowhere, surf the seas of mercury, ecstasies of lofty thoughts, reach the paradise that each of us ever dreamed . I knew then that the truth was only within ourselves, because man has all the answers inside your heart and not in the frigid and hostile outdoor spaces.
I was burned by the red fire that burns in our individuality, unique and unrepeatable, and stalked me again the usual question, unanswerable: Why do I have to be just me, as an individual entity, if the probability of this happening is almost zero? This paradoxical approach showed unequivocally limited our understanding of the structures of life and death.
All my efforts to unlock the secrets of the Bible code reaffirmed to me an obvious fact: it is not fully believe in the prophecies. The passing of time is linear and as much as playing with the equations of quantum physics, the future is truly unpredictable.
The destruction of the Twin Towers took me away from reality. The pain was sublimated, and I deliberately turned away from the Bible code. However I had the perception that the Bible was written in any event to come, perhaps in another dimension. Without my mind just started to give them the right to Israeli mathematicians at heart, somehow, I was somewhat agree with them. My logic and my heart were in conflict. It was an urgent need for harmonization of both.
I remembered those terrible scenes of people running through the streets, frightened, amazed, and with their faces contorted by desolation, anger, pain. I came back to people covered with thick layers of ash, gray ash, perhaps still glowing, but probably the combustion residues were not burned both body and soul.
And then I felt like I cracked lips. I smelled dark residue. Note the taste: it was terribly bitter as the worst mixture produced by a mad alchemist, as gall they gave to Christ on the cross, as the most bitter of embitter. It was the sad taste of defeat. And I cried with rage, and my tears soaked the ash on my lips.
I had to get over the ordeal. And I was carried away by a virtual slide passed through places covered with blue flowers very beautiful. While this unusual ride lasted sure that any event could be hiding in a system similar to the Bible. Everything depended on the proper use of synonyms and knows how to play skillfully with the mathematical concept of probability.
As had been found in a book like the Bible, consisting of a finite number of characters (letters and punctuation), are in turn an infinite number of possible worlds. It was clear that we see what we want to see, and that we look too deeply distorted image of reality and prevent us from seeing the multiple reverberations of light in any of their faces, or hide from us the fleeting brilliance of a beam of sun in one of its edges.
I was at the door of mystery, the lofcraftniana door which referred to the painter Antoni Tàpies when she spoke of crossing the threshold metaphor that comes from a deep concern to find images that accurately express abstract ideas.
This limit intangible, perhaps not ever traded him but we know it's there waiting, as death awaits us, gathering and in silence.
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Este relato está dedicado a la memoria de todas las víctimas del 11de Septiembre de 2001 en la ciudad de Nueva York
Mis horas desgranaban minutos perdidos, con ardores en la piel, intentando desvelar el enigma vital de mis anhelos perdidos, que elevaba mi espíritu a niveles de pura sensualidad, la que se pierde en las entrañas de nuestros destinos, la que está impregnada de un misticismo infame, la que pertenece a la pureza absoluta.
Sentada en un cómodo sofá, tras los visillos que apenas dejaban pasar la tenue luz de una tarde otoñal que se iba y que permitía que la voluptuosidad del momento traspasase los límites de cualquier pócima imaginada, de cualquier quimera prohibida, caí en una profunda ensoñación.
Un día de triste recuerdo constaté que la resolución de un enigma matemático (la veracidad de unas ecuaciones) carecía de importancia frente a una realidad demoledora y aplastante: la caída real y a su vez metafórica de unas inmensas Torres Gemelas, destruidas por la incomprensión de unos hombres, por la codicia o por la intolerancia de unos locos que en nombre del Islam se atrevían a invocar al mismo espíritu de Dios, de todos los dioses imaginables, de los dioses muertos, de los dioses no nacidos, de los dioses casi imperceptibles que animan a miles de personas a seguir su árida travesía del desierto.
Buscando una verdad absoluta me había topado con una verdad más compleja. Más allá de unos algoritmos matemáticos, la verdad de pureza inmaculada me reveló que un sistema cerrado de elementos finitos, como los signos alfabéticos de la Biblia o los jeroglíficos del antiguo Egipto, era capaz de generar infinitos escenarios imaginarios. Y entonces me pregunté: ¿La caída de las Torres Gemelas estaba codificada también en la Biblia? Supuse que la respuesta era baladí, porque en si misma nada resolvía.
La clave residía en recorrer el sendero que conduce a la mítica ciudad de Heliocristal, donde duerme la fuerza vital que surgió de la nada, navegar por mares de mercurio, extasiarse de pensamientos excelsos, alcanzar el paraíso que cada uno de nosotros ha soñado alguna vez. Supe entonces que la verdad estaba únicamente dentro de nosotros mismos, porque el hombre tiene todas las respuestas en el interior de su corazón y no en los gélidos y hostiles espacios exteriores.
Me quemó el fuego rojo en el que arde nuestra individualidad, única e irrepetible, y me acechó de nuevo la pregunta de siempre, sin respuesta posible: ¿Por qué tengo que existir precisamente yo, como entidad individual, si la probabilidad de que esto suceda es casi nula? Este paradójico planteamiento mostraba sin equívocos la limitación de nuestra capacidad de comprensión de las estructuras de la vida y de la muerte.
Todos mis esfuerzos por desvelar los secretos del código de la Biblia me reafirmaron un hecho obvio: no es cabal creer en las profecías. El devenir del tiempo es lineal y por mucho que juguemos con las ecuaciones de la física cuántica, el futuro es realmente impredecible.
La destrucción de las Torres Gemelas me alejó de la realidad. El dolor se sublimó, y me aparté deliberadamente del código de la Biblia. Sin embargo tenía la percepción que en la Biblia estaba escrito cualquier suceso venidero, quizás en otra dimensión. Sin darme apenas cuenta empezaba a darles la razón a los matemáticos israelitas; en el fondo, de alguna manera, estaba un poco de acuerdo con ellos. Mi lógica y mi corazón habían entrado en conflicto. Era urgente una harmonización de ambas.
Recordé aquellas terribles escenas de personas corriendo por las calles, atemorizadas, con los semblantes atónitos y desencajados por la desolación, la rabia, el dolor. Me vinieron a la memoria personas cubiertas de gruesas capas de ceniza, de cenizas grises, quizás aún incandescentes, aunque probablemente los residuos de la combustión no les quemaban tanto el cuerpo como el alma.
Y entonces sentí como los labios se me agrietaban. Sentí el olor de residuos oscuros. Note su sabor: era terriblemente amargo, como la peor mezcla elaborada por un alquimista loco, como la hiel que le dieron a Cristo en la cruz, como el más amargo de los acíbares. Era el sabor triste de la derrota. Y lloré de rabia, y mis lágrimas empaparon las cenizas en mis labios.
Tuve que sobreponerme a la terrible experiencia. Y me dejé llevar por un tobogán virtual que transcurría a través de parajes cubiertos de flores de un azul muy bello. Mientras duró este insólito paseo constaté que cualquier suceso podía estar escondido en un sistema similar a la Biblia. Todo dependía del uso adecuado de los sinónimos y de saber jugar hábilmente con el concepto matemático de probabilidad.
Como había comprobado, en un libro como la Biblia, formado por un número finito de caracteres (letras y signos de puntuación), existen a su vez un número infinito de mundos posibles. Era evidente que vemos lo que deseamos ver, y que una mirada demasiado profunda nos distorsiona la imagen de la realidad, y nos impide ver las múltiples reverberaciones de la luz en una cualquiera de sus caras, o nos oculta el brillo fugaz de un rayo de sol en alguna de sus aristas.
Me encontraba ante la puerta del misterio, la puerta lofcraftniana a la que se refería el pintor Antoni Tàpies cuando hablaba de traspasar el umbral metafórico que surge de una profunda inquietud por encontrar imágenes que expresen acertadamente unas ideas abstractas.
Ese límite intangible, acaso no lo traspasemos nunca pero sabemos que está allí, esperándonos, como nos espera la muerte, recogida y en silencio.
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